Sánchez ha fomentado la división entre buenos y malos españoles, señalando, estigmatizando y etiquetando como fascistas a los malos, es decir, a todos aquellos que no se sienten socialistas, comunistas, nacionalistas, independentistas o filoetarras
A Sánchez le gusta la idea. Está convencido de que la descomposición territorial de España acabará con la Monarquía lo que le permitiría erigirse Presidente de un régimen autocrático con forma de República. Una república formada por las ocho nacioncitas que su ministro de Cultura, Miquel Iceta, le ha apuntado (Galicia, Aragón, Valencia, Baleares, Canarias, Andalucía, País vasco y Cataluña) además del resto de comunidades y regiones que conforman la actual Nación española, de acuerdo con la Constitución.
Desde que llegó a La Moncloa con el apoyo de la banda, el líder socialista ha ido minando, primero, y ocupando, después, instituciones fundamentales para garantizar la viabilidad de su proyecto ya que las necesita para cumplir con las contrapartidas que exigen sus socios filoetarras e independentistas a cambio de mantenerle en La Moncloa: el indulto a los sediciosos independentistas, y el traslado -y posterior liberación- de los presos etarras a cárceles vascas, traspasos de competencias, etc.. El Poder Judicial, Radio Televisión Española, la Fiscalía General del Estado, la Abogacía del Estado, Correos y el CIS, entre otras, ya están bajo su control.
Al tiempo, Sánchez ha fomentado la división entre buenos y malos españoles, señalando, estigmatizando y etiquetando como fascistas a los malos, es decir, a todos aquellos que no se sienten socialistas, comunistas, nacionalistas, independentistas o filoetarras. Ha indultado a los líderes independentistas condenados por Sedición y Malversación, y este mismo mes de noviembre ha presentado en el Congreso una proposición de ley para cambiar el delito de sedición reduciendo sustancialmente las penas.
Afortunadamente, para culminar su proyecto, Sánchez necesita más tiempo, una legislatura más. Necesita engañar una vez más a esos ciudadanos de buena fe que le confiaron su voto. Evitarlo solo será posible si oposición y ciudadanía se activan. La oposición, denunciando la deriva totalitaria en el Parlamento, en los medios y en la calle. Con moderación pero con firmeza y convicción. Los ciudadanos, reflexionando y evitando caer en el desánimo, en el negativismo y en falsos tópicos como el de todos los políticos son iguales.
En serio, el peligro de involución en España es muy real.
José Simón Gracia