Ojalá que nunca podamos decir que, un 9 de octubre, con el discurso institucional del presidente Ximo Puig, empezó todo. Ojalá que jamás nadie se arrepienta de haber dejado en manos de Compromís el control de la Generalitat.
El momento y la forma elegida por el Presidente para poner Valencia en el mapa no parecen los mas adecuados, salvo para intereses poco ocultos (¿quién asesora a Ximo Puig?). Tras 33 años de autogobierno e inmersos en una grave crisis política y económica, no parece la mejor ocasión para reivindicar mejoras sustanciales en la financiación. Y anunciarlo usando términos endemoniados que evocan "el problema catalán", pese a que, posteriormente, intentó quitar fuego alegando que se trata de un problema de invisibilidad y desigualdad, no de "un conflicto identitario, pero sí la constatación de una anomalía democrática", tampoco parece la manera más adecuada.
como advirtiera José Ortega y Gasset en las Cortes, el 13 de mayo de 1932, el problema catalán no tiene solución y a lo más que se puede aspirar es a conllevarlo
No seré yo quien cuestione la honradez ni la buena intencionalidad del presidente valenciano cuando denuncia ese déficit de financiación que, por otra parte, ha sido reconocido por todo el abanico político y por el propio Gobierno de la nación. Lo comparto. Es más, considero imprescindible que la Comunidad Valenciana se constituya en motor económico de la España del siglo XXI, no solo como garantía de estabilidad y calidad de vida de sus ciudadanos sino como pilar fundamental de la de todos los españoles. Sin embargo, y a pesar de ello, considero que formalizar la reivindicación de una financiación justa como "el problema valenciano presenta connotaciones peligrosas, connotaciones que sólo un ingenuo limitaría a una pura coincidencia formal.
Denunciar la mala financiación de la Comunidad en esos términos supone, fundamentalmente, dos cosas: primera, el arraigo y la evidente progresión del procés catalán en la Comunidad, y , segunda, un acuse de recibo del mensaje por parte de las formaciones catalanistas: "Som els Països Catalans". Desengáñense, a partir de este momento, hablar de
"el problema valenciano" no será hablar de financiación, sino de lengua, de escuela, de derecho civil, de más competencias,... del derecho a decidir. Será hablar de la metástasis del "problema catalán”.
El catalanismo radical ya ha descontado el fracaso del proceso que debiera culminar en otoño del 2017, y, en consecuencia, ahora trabaja para el nuevo desafío que llegará tras algunas décadas de aparente tranquilidad. En Cataluña, (con todo a su favor crisis económica y política, recursos económicos sin fondo, medios de comunicación actuando como compañías de publicidad, poder político...) no han logrado superar el techo del 48 % de voto ciudadano mientras que las encuestas reflejan el cansancio y el hastío de los ciudadanos (incluidos muchos partidarios de la separación); por todo ello, el próximo objetivo está en conseguir apoyos en otros territorios de los llamados "Països Catalans": Valencia y Baleares, principalmente. Nada nuevo, nada que deba sorprendernos, pues, como advirtiera José Ortega y Gasset en las Cortes, el 13 de mayo de 1932, el problema catalán no tiene solución y a lo más que se puede aspirar es a conllevarlo. Y, en efecto, si repasamos su historia veremos que está marcada por conflictos de soberanía que van desde la búsqueda de un rey prestado hasta el actual desafío, pasando por una declaración de independencia fallida.
se llegará a la confrontación entre unos valencianos y otros. Entre los "buenos", los "demócratas", los "tolerantes" que quieren ser parte de "els Països Catalans" y los “malos", los “fachas", los"intolerantes", los que quieren seguir siendo valencianos y españoles
La primera evidencia se presentará con la política lingüística. Primero, se defenderá el derecho de los ciudadanos a ser atendidos en la lengua materna; luego, la lengua propia (de la comunidad) sustituirá a la materna; finalmente, la lengua común del Estado recibirá el tratamiento de extranjera. Apuesten a que los formularios de preinscripción escolar seguirán sin una casilla que informe de la lengua materna de los alumnos.
Seguirán con la imposición del catalán como única lengua de uso en las administraciones públicas, con las multas lingüísticas a los comerciantes, con la exigencia del catalán para el acceso a la función pública, con la desaparición del español de la vía pública así como de los medios de comunicación financiados vía impuestos. Con la revisión y adaptación de la historia a su medida... con un largo etcétera.
Finalmente, se llegará a la confrontación entre unos valencianos y otros. Entre los "buenos", los "demócratas", los "tolerantes" que quieren ser parte de "els Països Catalans" y los “malos", los “fachas", los "intolerantes", los que quieren seguir siendo valencianos y españoles.
Ojalá que nunca podamos decir que, un 9 de octubre, con el discurso institucional del presidente Ximo Puig, empezó todo. Ojalá que jamás nadie se arrepienta de haber dejado en manos de Compromís el control de la Generalitat. Ojalá que jamás podamos decir que Ximo Puig se entregó al catalanismo radical. Ojalá que el único enfrentamiento entre valencianos sea en las fiestas de moros y cristianos. Ojalá la solución al problema valenciano no sea el problema catalán.
José Simón Gracia
*Artículo publicado en el nº 102 de la Revista "El Reino de Valencia" correspondiente a noviembre-diciembre de 2016.