Hay unos cuantos tipos en Cataluña que juegan alegremente con la vida de siete millones de personas. Con su presente y su futuro. Que pretenden hacerlo por sorpresa, con nocturnidad y alevosía; de espaldas al Estatuto de Autonomía, a la Constitución, al Derecho internacional, a los dictámenes de la Comisión de Venecia, al sentido común, a todos los sentidos. De espaldas a la mayoría ciudadana, de aquí y de allá.
Hay unos pocos en Cataluña que, hundidos en podredumbre, se otorgan divinidad y santidad para conceder razón, pureza y sabiduría a los creyentes e ignorancia a los infieles. Y hay otros tantos predicadores clarividentes que lanzan consignas suicidas que conducen al abismo tanto al pueblo elegido como al vilipendiado.
Hay algunos en Cataluña que, suicidados políticamente, deambulan como alma en pena, ignorantes de su propia muerte, sin encontrar el camino al paraíso prometido. Y hay también algunos mantenidos que experimentan súbitas pérdidas de fe.
Y hay uno que anuncia la llegada del juicio final, y otro más dispuesto a presidir que a ser presidiario.
Es el juego de unos cuantos, unos pocos, algunos, uno y otro. Es el juego de mucho credo y poca palabra; de poca verdad y mucha fe; de mucho interesado y poco interés; de poco futuro y mucho pasado; de mucho delirio y poca razón; de poco cerebro y mucho descerebrado.
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Nota: Artículo escrito el 6/06/2017